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pareidolia

Pareidolia es una palabra de origen griego que hace referencia a la apreciación de formas como objetos reconocibles, una ilusión perceptiva muy común. Para ello el espectador es esencial… siempre lo es, pero en muchas de las corrientes y tendencias hay un corte nítido entre la acción del artista, el actor de la obra, y el acto final, una vez terminada ésta. A muchos de los artistas no les interesa lo que sus obras pueden provocar en el espectador. No es este el caso. Para Astrid, saber qué sensaciones, ideas o sentimientos han provocado sus pinturas, se convierte en esencial.

Pareidolia es una muestra de catorce obras, todas ellas realizadas en acrílico sobre lienzo, varias de ellas de gran formato. Los títulos constituyen un ramillete de conceptos abstractos: “Impulso”, “Disparidad”, “Distinción”, “Vínculo”, “Contexto”… Sin duda, la obra de Astrid pertenece a la abstracción, a la más elegante, optimista y colorista. En ella se percibe esa “vibración del alma”, sin la cual, decía Kandinsky, no puede producirse la obra. Y ahí está, en cada pintura, un reflejo de la Astrid más íntima, constatando otra de las afirmaciones del gran maestro de la abstracción: “el espíritu de cada artista se refleja en la forma. La forma lleva el sello de su personalidad”. La propia Astrid afirma que sus colores tienen un significado emocional y ello es fácilmente perceptible.

Nos encontramos ante un magnífico ejemplo de abstracción subjetiva… y poética. Porque, como afirma otro artista poeta, Ai Wei Wei, “(…) la poesía sirve para mantener nuestro intelecto en el estado anterior a la racionalidad. Nos lleva a un sentido puro de contacto con nuestros sentimientos”. Y esto es, precisamente, lo que tenemos con la pintura de Astrid, el puro sentimiento. Pero no la expresión de sentimientos “tal como se experimentan en la vida real, sino de esos sentimientos vividos imaginariamente, en ese plano donde la realidad e irrealidad se funden”. El sentimiento de la artista está, no hay duda, en una obra que ella afirma gestar de forma lúdica y espontánea, esperando que sea la experiencia personal de cada uno, su bagaje personal, lo que guíe la lectura de sus acrílicos. Anhela que cada pieza comunique con el espectador, le “diga” algo sin estar mediatizado, apela a la capacidad de cada mirada para interpretar y descubrir qué es lo que pasa en cada lienzo y, mejor aún, qué es lo que provoca en cada uno. No hay una base conceptual que guíe la obra, pues no es amiga de textos explicativos pero, pese a que sus títulos son de una vaguedad calculada, no puede evitar aportar con ellos claves significativas que, se quiera o no, influirán en esa inmersión particular e intransferible.

 

 

Conchi Álvarez

Comisaria

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